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Sociología de las imágenes y decolonialidad: La visita de Silvia Rivera Cusicanqui

  • Foto del escritor: Oficina de Comunicaciones Facultad de Humanidades
    Oficina de Comunicaciones Facultad de Humanidades
  • 5 jun 2017
  • 5 Min. de lectura

Por Juián Fernando Trujillo Amaya

Doctor en Filosofía

La Universidad del Valle tuvo la maravillosa oportunidad de escuchar a la aprendiz y anarquista boliviana Silvia Rivera Cusicanqui. Ella inició su intervención con una ruptura que exigía desidealizar su propia imagen como icono o fetiche del mercado académico o cultural, demandó de entrada una actitud crítica frente al consumo autista de rebeldías ineficaces y la proliferación de revolucionarios de escritorio, al tiempo que llamaba la atención sobre los peligros de las redes sociales y la saturación de la información que nos hace perder el control de las significaciones que emanan de nuestros actos, gestos y cuerpos. Decía que en youtube circulan muchas de sus charlas, entrevistas, diálogos y conferencias, pero que sus planteamientos y argumentos muchas veces se ven alterados, desfasados o tergiversados, ya que aparecen descontextualizados, o recontextualizados, de tal manera que se pierde el sentido original de sus palabras, actos o imágenes: “termino apareciendo como quien habla mal de mi marido o dice cosas que no son”, nos dijo en tono jocoso antes de iniciar.

La introducción de su charla fue de mecha lenta, amena, sencilla y en tono coloquial. Llamando la atención sobre diversos aspectos del colonialismo, la colonialidad, la resistencia y los movimientos sociales en Colombia y en las Américas. Narró detalles de su exilio en Colombia, su integración a la cotidianidad de nuestro país, su descubrir que se podía vivir comiendo frijoles y arroz, cosa que en Bolivia no se da, nos habló de su vida en la sabana, su huerto de hortalizas y sus aprendizajes en el cultivo de la papa, la cual, acotó después, es uno de los productos de mayor importación en Bolivia. Nos mostró explícita e implícitamente el imaginario con el que se ve desde Bolivia a Colombia, cercanos a los europeos y más desarrollados, con multiplicidades culturales incompatibles entre negros, indios, mezclados y blancos, muy diferente a las diversidades culturales con semejanzas de familia y orígenes prehispánicos compartidos que constituyen una mayoría. Nos dijo que Bolivia era considerada como el despeñadero del subdesarrollo, lo marginal de la marginalidad latinoamericana. Y que por eso, después de lo sucedido el 9 de abril con el Bogotazo, la revista LIFE manufacturó imágenes y significaciones mediante montajes o a través de selección, presencia y connotación que permite construir opinión pública y sentido común.

Elogió la universidad pública en general y la Universidad del Valle en particular, su biblioteca, su campus universitario y su gente. Pero llamó también la atención sobre la necesidad de tomar distancia con este tipo de instituciones y sus trucos de normalización, sus inclinaciones a la elitización y su fuerte tendencia a la reproducción de un mundo injusto. También fue muy crítica con el estado y argumentó a favor de sus disolución. De no ser por las alusiones a la Pacha Mama, casi que podíamos identificar el viejo eco libertario de los socialistas utópicos y los anarcosindicalistas europeos: “sin dios ni amo”.

Insistió en que debemos tomar de nuestra herencia colonial, de la cultura euro norteamericana y de la tradición occidental lo que nos sirve para lograr construir nuestra propia historia y agenciar nuestra propia libertad, dejando de lado lo que les sobra y anexando lo que les falta. El Martin Heidegger que habla de aprender a morar, de la vida auténtica en relación con la naturaleza y de permanecer en la provincia, parecía dominar su preferencia: “Ese es el Heidegger que me gusta, no el nazi fascista”. El Walter Benjamin de la historia no lineal, ni progresiva, aquel que siente la necesidad de recuperar a los perdedores y mostrar las historias locales olvidadas por la historia con mayúscula. Sobre las ruinas del progreso moderno se esconde la colonialidad y el colonialismo que no permiten las historias otras. Criticó a los marxistas que reducen todo al tema económico y que desconocen las implicaciones existenciales de la política del reconocimiento, la representación, la identidad y la renarración de sí mismos que impulsa las luchas raciales, étnicas, sexuales y de género, las cuales no son reductibles o subsumibles por ninguna clase social y atraviesan todos los grupos sociales.

Con un esencialismo casi platónico criticó a los amantes de la visión y la embriaguez de las nuevas tecnologías, ya que al reproducir la imagen y la palabra sin límite, nos hacen perder la relación esencial, natural y espontanea con la vida cotidiana y sus maravillas. "Esto no ayuda a la memoria sino a la mala memoria". Mil fotos que no te vinculan significativamente con el mundo y con los otros nunca será mejor que una única imagen que te religa a existencia del otro y de lo Otro con una profunda significación existencial y vital. Hay también la historia de la foto que no se tomó, la que quedó sin ser lograda, la foto que se veló y que, sin embargo, debe ser contada, renarrada y resignificada. La imagen debe estimular la memoria y la técnica es una prótesis que la dificulta: “Debemos usar las tecnologías y no dejarnos usar por ellas”.

Su análisis de la historia ilustrada de Felipe Guaman Poma de Ayala, su colonialidad incorporada y sublimada en una petición al Rey católico para que trate a sus subdititos del “nuevo mundo” como “hijos de dios” y la hermenéutica decolonial de algunas imágenes, caricaturas, fotos y revistas, fue toda una lección de semiótica crítica que pretendía hacer explícito la matriz colonial y los efectos del colonialismo en los imaginarios sociales y culturales de nuestra américa del sur. Particularmente interesantes fueron sus análisis sobre las fotos de movimientos sociales y sindicales, especialmente su interretación sobre la foto de “el sindicato de culinaria” donde las líderes indígenas asumen su proyección icónica deliberadamente y tratan de resistir a la marginalización, subalternación, exclusión y desprecio producto de la matriz racial, étnica y colonial. Igualmente interesantes fueron sus análisis de “El Mariscal de Ayacucho haciendo nacer las artes y las ciencias de la cabeza de Bolivia”, dibujo de Melchor María Mercado de 1841. Allí la ácrata Silvia Rivera señaló la mano, las artes manuales y su papel en la transformación del ser humano, la mujer en el piso liberada por el héroe y dispuesta para él con su cuerpo voluptuoso, las ciencias y las artes regadas por el héroe ilustrado que las hace crecer y las cultiva. Todo ello es colonialidad pura y dura descubierta y criticada. Hay que agradecer al Doctorado en Humanidades línea de Estudios de género, al Instituto de Educación y pedagogía, al Movimiento Social de Mujeres-Cali, al Bloque Feminista de Cali, a las Universidades privadas (UCatolica, UAO y ICESI) y a todos aquellos que con su presencia o participación hicieron posible este evento académico tan enriquecedor y provechoso para nuestra sociedad colombiana en la actual situación. Felicitaciones a todos!!!


 
 
 

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